jueves, 12 de mayo de 2016

Origen de los apellidos del mundo




Se sabe que previamente al S.XII los apellidos o nombres de familia no existían tal y como los conocemos actualmente ya que antes de esa época no era frecuente en Europa agrupar bajo un mismo nombre familiar que implicase una relación de consanguineidad o de origen común.
El inicio de los apellidos tuvo lugar en los señores feudales y caudillos en armas. En cualquiera de los dos casos lo que se hacía era incorporar a su nombre el topónimo del lugar que poseían o conquistaban. A raíz de esto, la nobleza comenzó a imitarlos otorgando a sus nombres los títulos que ostentaban, quedando al margen de esta costumbre los reyes o los sacerdotes que ocupaban el cargo de Papa en la Iglesia Católica, quienes únicamente añadían un número a sus nombres para indicar cuántas personas con su misma onomástica habían ocupado el cargo previamente; dado que la lengua “oficial” de la época era el latín, los números eran añadidos en este idioma (Luis XV, Carlos III, Pío XII).
A partir del S.XII como hemos dicho, se comenzó a extender la costumbre de emplear un apellido para significar las relaciones familiares entre personas en la sociedad. Es por ello que el hijo tomaba parte del nombre del padre o lo modificaba por medio de un sufijo que añadía a su propio nombre.
Estos sufijos variaban en función del lugar de Europa en el que se produjese la situación. A pesar de lo anteriormente dicho en lo referente a su extensión previa al S.XII, ya en la Antigua Grecia y en el Imperio Romano se podían encontrar casos en los que a los hijos bilógicos se los relacionaba con su progenitor por medio de su nombre gracias al prefijo –ides, mientras que a los adoptivos se les proporcionaba el sufijo –anus para relacionarlos con su familia adoptiva. Asimismo, en Roma también se encontraban casos en los que se añadía el nombre del padre precedido de la preposición “de” (De Silva era hijo de Silva), siendo esta la costumbre más popular en la Europa de la Edad Media y llamándosele patronímica.
A medida que avanzó el tiempo y se produjeron diferenciaciones lingüísticas en Europa, también se evolucionó en materia de apellidos. En suma a los ya habituales patronímicos, se comenzaron a emplear sistemas en los que el apellido hacía referencia al lugar de residencia de la familia (Montes, De la Torre), al oficio del cabeza de familia (Sastre, Herrera), a la apariencia/carácter de la persona (Delgado, Cabezas) o también a aspectos en los que la persona se veía reflejada (Galán, Bueno).
También era frecuente encontrar personas en las que su apellido provenía de la devoción de la familia por algún santo/santa (San Miguel, Sandomingo).
A partir del s. XVI se estableció como obligatorio para todo el mundo el uso de un apellido o nombre de familia para identificarse, a pesar de lo cual no en todos los lugares europeos se siguió el mismo proceso que aquí, por lo que optaron por escoger modalidades especiales y variar los apellidos de maneras propias.

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