Se da una falsa idea de que a cada apellido corresponde su escudo
de armas, y que todos y cada uno de los apellidos tienen uno y sólo uno. Pero
la realidad es bien distinta. Los escudos de armas se conceden originalmente (o
son autoconcedidos) a familias nobles y poderosas, como medio de diferenciación
en los combates e igualmente como forma de expresar el poderío de la familia.
Posteriormente, los monarcas se atribuyen la potestad de ser los únicos que
pueden conceder el uso de un escudo de armas, y se inicia una regulación legal
de la materia.
Así, sólo las familias con antepasados nobles
(en Aragón son llamados infanzones en sus estratos más bajos), y no todas
ellas, poseen escudo de armas, que transmiten como parte del patrimonio
familiar. Ello implica que no exista un escudo propio de un apellido, sino de
un linaje o grupo familiar, pudiendo darse el caso (muy frecuente por otra
parte) de que un mismo apellido tenga varios escudos para varios linajes,
mientras que en otros linajes no exista escudo, o de que algún apellido no
posea escudo de armas en absoluto.
Ello no es obstáculo para que personas sin
escrúpulos, aprovechando el desconocimiento general sobre el tema, vendan a
módico (o no tan módico) precio reproducciones de escudos a medida, basándose
en algún repertorio de escudos de armas de los varios existentes, pero
olvidando que para acreditar el derecho al uso de un escudo de armas es preciso
previamente hacer un largo y costoso estudio genealógico, que en la mayoría de
casos llevaría a demostrar que no se tiene derecho al uso de ningún escudo de
armas.
Por otra parte, originalmente, prácticamente
todos los apellidos anteponían las partículas de, de los,
de la,
al propio apellido. Sin embargo, con el tiempo, los apellidos han ido perdiendo
dicha partícula, quedando residualmente en algunos casos, lo que ha llevado a
algunos a afirmar equivocadamente que el uso de esa partícula es demostrativo
de un pretendido origen noble.
Ello procede de que en ciertos momentos de la
Historia, en Francia se llegó a considerar (equivocadamente) esta teoría como
correcta, llegándose a prohibir el uso de la partícula de
a aquellos que no pudiesen demostrar su origen noble (o que dispusiesen de la
suficiente fortuna como para comprar ese derecho, lo que basta para invalidar
la teoría). Por mimetismo, se ha considerado esa misma errónea creencia en
España.
Además, en realidad, los apellidos compuestos
aparecen inicialmente entre las familias más pudientes o pertenecientes a la
nobleza, y su aparición se debe a exigencias legales, ya que en ciertas
ocasiones el fundador de un mayorazgo (simplificaremos diciendo que son bienes
vinculados a una familia) exige que el heredero del mismo adopte el apellido, y
en una única persona pueden confluir varios mayorazgos.
Igualmente, por razones de modas o de
prestigio social se empezó a difundir entre las clases altas el fenómeno,
pasando luego al resto de la sociedad, con lo que el hecho de poseer un apellido
compuesto no es tampoco indicativo de un origen social determinado.
Por
último, hablaremos del falso mito de los apellidos judíos, muy extendido sobre
todo en España e Hispanoamérica. Pese a la gran cantidad de judíos que vivieron
por siglos en la península ibérica muy pocos de los apellidos son de este
origen. Se ha pensado que los judíos han llevado apellidos de todo tipo. En
palabras del genealogista Manuel Trujillo Berges:
«[P]ara algunos son apellidos de origen judío todos los
apellidos de tipo toponímico o gentilicio, para otros todos los apellidos de
tipo patronímico, para otros todos aquellos que se refieren a un oficio, para
otros todos aquellos que comportan un nombre de santo o advocación mariana y
para otros lo son todos los relativos a plantas y animales. Vamos, que según
estas leyendas urbanas, evidentemente todas ellas falsas, son de origen judío
prácticamente todos y cada uno de los apellidos de España».
Así, lógicamente, muchos
apellidos judíos se volvieron gentiles —por ejemplo Calderón, Pereira,
Espinoza, Leyva, Méndez, Pérez, Franco, Toledano, etc.—, y los judíos también
buscaron pasar inadvertidos en Europa, puesto que habían sufrido varias veces
la ira de los cristianos, sobre todo en el siglo XIII, cuando fueron culpados
de la peste negra, entre otros males. Y más cuando se instalaba la Inquisición
en algunos países cristianos europeos y con la instauración en España de ésta
tras la expulsión de los judíos en 1492. El fin del Santo Oficio era perseguir
a los cristianos nuevos que presuntamente seguían practicando su antigua fe.
Por tanto, se acusaba de judeizantes a los nuevos cristianos judíos si
practicaban aún su antigua religión o mahometizantes a los musulmanes, así como
perseguía a los herejes. Por tanto, los cristianos nuevos de origen judío
buscaban apellidos corrientes de la zona donde habitasen para pasar lo más
desapercibidos posible, de modo que la creencia de que los judíos tienen un
tipo de apellido común es falsa.
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